El 24 de febrero, Rusia invadió Ucrania. Ese día, muchos madrileños fueron a nadar. Desde entonces, el mundo, es decir, Madrid, gira como siempre, en precario, incapaz de entender el fin de todas las cosas. De todas, sí, de los paisajes con pájaros sobre tendidos eléctricos, de los domingos tristes y las cenas entre amigos calvos. La idea de que la vida termine de forma abrupta se explica con un dedo apretando un botón. Después se produciría un destello y la Tierra seguiría suspendida en el espacio bajo una nube radioactiva color ocre. Mientras tanto, una parte de los seres humanos a lo suyo, en piscinas de agua sin cloro y esperando a los niños a la puerta del colegio. Ese es el escenario de la primavera nuclear, ¿pura ficción?
Pues bien, existen tantas cosas tan terroríficas a este lado de la realidad que muchos preferimos hacer como si nada, no por falta de interés o empatía, sino porque levantarse de la cama implica arrestos. «Manténte en el lado soleado aunque apeste, camarada», nos repetimos frente a los almendros en flor y los cadáveres en Bucha. Y lo sabemos, estamos abocados a la extinción, pero tampoco hay que forzar el desenlace por cuestiones geopolíticas y gente muy mala muy mala en busca de la mala gloria.
Así hemos aprendido a vivir, por pura torpeza e incompetencia. La alternativa a la ceguera resulta insoportable, incluso para los corresponsales que narran la muerte en titulares. Tendrán que comer todos los días… Queda claro que este es nuestro legado, un reguero de contaminación y sangre, también de olvido, la única manera de volver a empezar cada mañana. Extraño porque, a pesar de todo, el amor sigue ahí para salvarnos, único recordatorio de un fin que termina en un latido. Y después nada.

En realidad, Javier. Creo que el mundo es tan negro y tan ecpático (que acabo de descubrir que es antónimo de empático) que si no ladeamos un poco la mirada y nos impregnamos de frente de tantísimo dolor, vileza, desvergüenza y bestialidad mundana, buscaríamos el atontamiento a base de darnos chocazos con la pareces.
Como dices, nos han enseñado a vivir con desmemoria y cegüera. Tal vez sea simple supervivencia, pero duele que quienes sufren sin razón, ni culpa no tengan ni siquiera una triste mención.
Mal día para tu entrada, es lunes. El optimismo se quedó en la cama. 😅😝
Un abrazo, amigo. Mañana será otro día. 🤗😊👍🏼
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Quería decir, «mal día para leer tu entrada», no que tu entrada fuera mala de leer.
No sé si he terminado de explicarlo o lo he empeorao. 🤷🏻♂️😝
🤗🥰
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Jajajaja. En ambos casos tienes un poco de razón. O un mucho.
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Me anoto la palabra, pero creo que no la utilizaré nunca. Así es, días raros y dolor a tope en cada esquina. A ver si mañana hace un poco de calor y nos tomamos cinco birras. ¡Abrazo enorme!
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Un saludo Javi, pero no entiendo el nombre de tu blog. Que quieres decir con eso de las blogueras de moda? Un saludo
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Hola, ¿qué tal? Pues el título significa que odio a las blogueras de moda… Es solamente un título, aunque llevado por la curiosidad: ¿qué crées que quiero decir? Un abrazo enorme.
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Te entiendo Javi, lo que no conocía eso de las blogueras de moda, vale, no pasa nada, me gusta tu blog, está muy bien hecho y divertido. Venga, un saludo de València.
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Las blogueras de moda tuvieron su momento y supongo que todavía lo tienen. Gracias por pasar, comentar y crear arte. Valencia es acojonante y el jazz es lo máximo.
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Si, sin dudas Xavi, el jazz y València, una combinación de Puta madre.
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Total.
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Siempre nos quedará la compasión para sobrevivir. Paz. Salud. Saludos.
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De amor y compasión. De eso va esto… Bueno, y algún vodka tónica de vez en cuando.
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Desde luego, eso, que no falte a la medida de cada uno. Saludos
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